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La biografìa de Elvira Ruocco
(por Elvira Ruocco)
Capítulo 4
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De Portello a Arese
Los problemas de organización familiar me habían llevado, aunque en contra de mi voluntad,
a pedir un coloquio a la Dirección General de Personal para que me trasladaran a la nueva fábrica de Arese.
Mientras tanto mi trabajo procedía bien, el trabajo era cada vez más familiar y de vez en cuando había algunas
novedades como la presencia de los colaboradores extranjeros.
Recuerdo con mucho gusto a un ingeniero nigeriano, gran apasionado de Alfa Romeo que hablaba
muy poco italiano; contaba a todos que pertenecía a una familia noble y todos le tomaban el pelo
con simpatía diciéndole que no se lo creían y que tenía que demostrarlo. Era una persona muy
simpática, había llegado con otros dos colegas de su país y juntos se habían convertido, si se
puede decir, en la atracción de toda la Dirección Asistencia Escuela (DIASS). Todos queríamos
pasar el descanso con ellos y me acuerdo que nos esperaban, después del toque del timbre que
anunciaba el comienzo de la pausa, para ir juntos al comedor. Pasábamos a grandes pasos, casi
corriendo, por un túnel un poco oscuro que era un atajo muy cómodo especialmente en los días
de lluvia y frío; desde el túnel se podían ver los vestuarios de los obreros y a lo largo de
las paredes, a trechos, había unos lavabos largos donde pasaban unos tubos sutiles que calentaban
el agua que los obreros utilizaban para calentar a su vez el recipiente del almuerzo que aquí en
Lombardía se llama “sciscetta”.
Para que tengáis una idea os cuento como funcionaba. Había unas mesas larguísimas
y entre una mesa y otra las señoras que se encargaban de la distribución de la
comida empujaban un carro y para ahorrar tiempo llenaban los platos de manera que
la gente a medida que llegaba podía sentarse y empezar a comer sin esperar. A mí no
me gustaba encontrar el plato ya cocinado y casi frío, por lo tanto buscaba el pasillo
por donde el carro todavía no había pasado y todos competíamos para encontarlo. Recuerdo
aquellos tiempos y en especial mi trabajo en el Portello con infinita nostalgia pero
también consciente de haber vivido un periodo muy bueno e irrepetibile también por el
entusiasmo de mi joven edad.
Pero volvamos al ingeniero que afirmaba ser un noble. Bien, como había prometido más de
una vez a quien lo desafiaba que demostaría su nobleza, cuando terminó el periodo de
su estancia vino a despedirse vestido con el traje de su linaje y un gorro con piedras
preciosas que le habían enviado para la ocasión de Nigeria, como se puede ver en la
foto.
El ocho de Febrero de 1974 desgraciadamente me tocó a mí celebrar la fiesta de despedida.
Después de haber hablado con el señor Agazzi de la Dirección General de Personal había
obtenido el traslado a Arese en la Dirección Vehículos Industriales donde tendría que
ayudar al señor Apino que se encargaba de las asignaciones de los vehículos pesados a las varias filiales.
Aquella fría mañana del ocho de Febrero me paré para comprar unas pastas y unas botellas para brindar con todos
mis compañeros de la DIASS. Estaban tristes por mi decisión y además de una calurosa despedida me
regalaron también un bolso de cuero y un modernísimo cinturón.
...continúa
Elvira Ruocco
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Traducción de Riccardo Iannucci
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