En la entrada de la fábrica de Portello, antes de las ocho y media, las chicas del Alfa aceleraban el paso para llegar al casillero. Muchas veces entraban en pequeños grupos porque era inevitable que se encontraran en la estación de tren de Bullona o en la del tranvía e hicieran el camino juntas. Parecía una paleta de colores con sus gabanes, rojos, negros, beige y marrones.
Iban las casadas siempre contra reloj porque tenían que llevar a los hijos a la guardería o al colegio, iban las que ya estaban prometidas y también las que no lo estaban que, sin embargo, no se quedarían libres mucho tiempo ya que encontrarían el amor de su vida entre los compañeros de trabajo.

Procedían de todas las partes de Milán las chicas del Alfa Romeo y después del último toque de la sirena centenares entraban en los talleres y en las oficinas para poner en marcha la maquinaria, las calculadoras y las máquinas de escribir. Un ejército ordenado y silencioso siempre disponible a colaborar y a solucionar cualquier problema hasta el más pequeño con mucha seriedad y compromiso. Eran rápidas y precisas, sabían sonreír aunque estaban cansadas y de mal humor.
Las chicas del Alfa llevaban un delantal que era de color negro hasta principios de los años setenta, después fue elegido el color azul marino mientras que las empleadas del Mecanográfico lo llevaban blanco. Hasta finales de los años cincuenta las empleadas tenían que comprárselo después empezaron a dárselo o les daban la tela para confeccionarlo.
No eran todos iguales los delantales de las chicas del Alfa porque cada una se lo hacía confeccionar según su gusto tanto que al final casi se parecía a un gracioso traje. No todas las chicas lo llevaban a gusto, pensaban que no valorizaba su femineidad y que era discriminante especialmente con respecto a los hombres que no lo llevaban.
Las chicas del Alfa Romeo empezaron a reclamar la paridad de trabajo y de sueldo porque a menudo se sentían como la última rueda de un carro y con una escasa posibilidad de mejorar su condición. En la primavera de 1970 las empleadas se dieron cruenta de este problema y constituyeron un Grupo de Estudio para identificar los objetivos más importantes y tratar de alcanzarlos a lo más pronto posible, una experiencia que se reveló interesante y que fue un paso adelante para la emancipación del trabajo femenino. En 1979, por vez primera, las chicas del Alfa pudieron trabajar en el taller de fusión.
Durante el descanso al pasar las chicas del Alfa se podían oír sus carcajadas que se parecían al gorjeo de los pájaros; corrían y el repiqueteo de sus pasos parecía un ritmo glorioso.
Después de un día de trabajo corrían a fichar pero su jornada todavía no había terminado. Salían para volver a sus casas y hacer un montón de cosas más. La contribución que las chicas del Alfa han dado con su trabajo en las oficinas y en las cadenas de montaje ha sido significativa aunque no siempre ha sido valorizada tanto como el trabajo de los colegas varones. Si hojeamos las páginas de los numerosos libros escritos sobre el Alfa Romeo encontraremos a pocas mujeres especialmente a las pilotos; de todas formas cada presidente, proyectista y técnico ha sido ayudado y sostenido por mujeres que han trabajado con competencia, dedición y orgullo por pertenecer a una firma gloriosa; así han contribuido, día tras día, a construir el mito Alfa.